Crónicas Urbandinas

La Paz, desde su nombre, es ficción…

33 noches de Literatura en Vivo

Posted by estido en 15 diciembre 2007

Al estilo urbandino, de noche y con alcoholes, a principios de este año, Pablo Alanes me propuso organizar veladas literarias en el Etno café. Al estilo urbandino, también, “fija”, le respondí. Así, propuesta y respuesta se repitieron muchas veces, hasta que, a fines de marzo, Pablo se puso serio y me conminó a concretar la idea el primer lunes de abril. Aceptado el reto, los valiosos consejos de Adolfo Cárdenas ayudaron a configurar las características de lo que, posteriormente, denominamos “Lunes de literatura en vivo”.

De inicio, decidimos que no debían realizarse lecturas convencionales; entonces, teníamos que imaginar cómo lograr que éstas, además de novedosas, variaran cada semana. La emoción por el proyecto, amén de los ajenjos consumidos, nos hizo concebir una serie de ideas que, cuando menos, podrían calificarse como ambiciosas. Pensábamos, por ejemplo, contar con titiriteros y juglares locales para que algunas veces fueran ellos los encargados de poner en escena los cuentos; también se nos ocurrió que podíamos hacer radioteatro en vivo con la ayuda de actores.

Con la euforia etílica disipada, nos dimos cuenta de las dificultades que implicaban tales ocurrencias. Sin embargo, nos mantuvimos firmes respecto a la intención de realizar lecturas novedosas y variadas, que no aburrieran a los asistentes y, sobre todo, que pudieran incitarlos a concurrir cada lunes.

Por ese entonces, los lunes del Etno contaban con la presencia de Pedro Grossman, quien ya llevaba varias semanas interpretando, con bastante éxito, un monólogo de su autoría. Le comunicamos el proyecto y le pedimos que formara parte de él, pues su experiencia y creatividad eran vitales para poder concretarlo.

Así, el lunes 2 de abril, realizamos la primera noche de “Literatura en vivo”, presentando un cuento mío (“Antes del ocaso”), que fue leído a tres voces: Pedro le dio vida al personaje masculino, y Verónica, al femenino; yo leí las líneas del narrador. Empleamos algo de escenografía, muy básica, y algunos elementos que nos permitieron crear efectos sonoros. La respuesta y comentarios del público fueron positivos; el proyecto había empezado con buen pie.

Desde entonces, muchos escritores y escritoras han compartido su producción en el Etno, siempre tratando de realizar lecturas dinámicas –si vale el término– que, poco a poco, han ido ganando público hasta el punto de sobrepasar, algunas noches, la capacidad del local.

Ya han transcurrido nueve meses de esta aventura y esperamos que se prolongue indefinidamente, pues queremos que los lunes de “Literatura en vivo” sean una tradición urbandina y la mejor opción para conocer a los jóvenes valores de las letras paceñas. ¡Salud!

PD: Este lunes, 17 de diciembre, realizaremos la última sesión del año (Nº 33). Quedan todos cordialmente invitados.

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La última ficción

Posted by estido en 4 diciembre 2007

Luego de pasar treinta años como bibliotecario, don Sereno Salazar había leído libros de todos los géneros y estilos existentes. Probablemente por eso, cuando se jubiló, ya no encontraba nada de interesante a los textos con los que procuraba matar su tiempo de ocio y dejaba de leerlos al cabo de unas cuantas páginas; sin embargo, él estaba convencido de que su pasión por la lectura no había menguado y consideraba que, a pesar de ciertas innovaciones y experimentos lingüísticos, los nuevos escritores ofrecían las mismas palabras de siempre, lo cual, a su edad, resultaba aburrido. Por otra parte, creía que los autores subestimaban a los lectores, pues escribían historias redondas, cerradas, sin permitirles asumir una parte de responsabilidad en la labor creadora.

Así, cansado de la monotonía de los libros, decidió escribir uno que, rompiendo toda lógica y normas de la lengua, representase un verdadero desafío para cualquier lector y, además, le permitiese involucrarse directamente en la creación de las historias y personajes.

Con entusiasmo y brío juveniles, el viejo bibliotecario inició su faena una lluviosa mañana de verano; pese a que esa jornada resultó infructuosa, pues desechó todas las páginas que escribió, comenzó la siguiente con optimismo y ansiedad. Del mismo modo, aunque cada vez con mayor frustración, todas las mañanas siguientes se instaló ante su vieja máquina de escribir, de la cual se apartaba muy avanzada la noche sin haber logrado redactar ni un solo párrafo que fuese de su agrado. Inventó neologismos e incluso llegó a desarrollar un nuevo, aunque rudimentario, lenguaje; combinó idiomas, interpolando palabras de distintas lenguas en una misma oración (“The brillo noir neste geist trasciende das lumière of la mia leven”, fue la frase que más le agradó, pero igual decidió descartarla cuando se dio cuenta que, de todas formas, su estructura sintáctica respondía a las normas del castellano). En fin, trató incansablemente de encontrar una forma de expresión novedosa durante el resto del verano, el otoño, el invierno y la primavera de ese y los siguientes seis años.

Decepcionado por su falta de creatividad, cayó en un estado depresivo que derivó en un súbito arrebato de alcoholismo. Así, eludiendo su frustración con centenares de botellas, pasó casi un año alejado de su proyecto; sin embargo, aunque esa era su intención, durante el sueño sufría terribles pesadillas en las que, reiterativamente, se veía nadando en un mar de letras hacia una isla con forma de libro que siempre se mantenía alejada, y ya cansado por el inútil esfuerzo, se ahogaba irremediablemente, tragando vocales y consonantes. Probablemente, la recurrencia de esa tortura onírica hizo que, súbitamente también, despertará un día sin ganas de volver a probar otro trago más, y con una idea fija en mente volviera a teclear frenéticamente hasta completar las setecientas cuarenta y dos páginas de su novela.

El libro, titulado QSZAWDXEFCRGVTHBYJNUKMILÑOP, fue rechazado por todas las casas editoriales, a pesar de todos los argumentos que don Sereno Salazar esgrimió sobre su originalidad y potencialidad. “Mi novela –repitió ante todos los editores– arremete contra la dictadura de cualquier lengua y, paradójicamente, posee la virtud de la modestia, pues despoja al autor, o sea a mí, de la propiedad intelectual, cediendo el derecho, e incluso el deber, de la creación a cualquier lector capaz de asumir semejante desafío y tan alta responsabilidad. Estoy seguro de que usted no ha leído el texto apreciando esto, y no lo culpo, porque estamos habituados a los libros que sólo utilizan el lenguaje para narrar historias convencionales, mientras que el mío utiliza las historias infinitas, potencialmente presentes en él, para configurar múltiples posibilidades de lenguajes; sin embargo, si tuviese la amabilidad de volverlo a leer…”.

Y no faltó algún editor indulgente que, ante la insistencia y convicción de don Sereno, volvió a mirar, intentando leerlo, el primer párrafo de la novela:

Frquenrtzsdzagardtrdeesdespoaunrdntrmdoporltrrblprmongelcea
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”.

“Señor Salazar, sin ánimos de ofenderlo –le dijo–, usted sólo ha escrito una sarta de letras sin ningún sentido”. “No me ofende –replicó don Sereno–, pero no deja de sorprenderme que usted, siendo editor y, por tanto, supuestamente un buen lector, no tenga la capacidad suficiente para penetrar en las ficciones que mi novela le ofrece y ser usted mismo el encargado de completarlas y dotarlas de sentido”. Con mucho esfuerzo, el editor mantuvo la calma y pasó por alto el ponzoñoso comentario del bibliotecario; no obstante, no pudo evitar la tentación del sarcasmo: “Tiene toda la razón, señor Salazar, yo no soy capaz de develar los misterios de su magistral novela. Estoy seguro que es una obra reservada sólo para mentes iluminadas como la suya. En todo caso, ya que mi negligente lectura no da la talla para comprender las ficciones de su inconmensurable libro, sería un honor que usted pudiera explicarme algunas, pues sin su guía volveré a cometer el error de considerar que su novela es una pelotudez absurda”. Don Sereno, que siempre fue ajeno a los complicados matices de la oralidad, agradeció las palabras del editor y ponderó su gesto de humildad. Lógicamente, sin demora alguna, procedió a explicarle la forma correcta de leer su libro: “Mi novela no cuenta una historia, sino que puede contar muchas historias, dependiendo de la creatividad y profundidad de quien la lea. Sólo para darle un ejemplo práctico, veamos como nace una ficción en el primer párrafo; dígame un mes, un apellido y un suceso”. El editor, un tanto desconcertado por la situación, casi sin pensarlo dijo: “Octubre, Montenegro y muerte”. “Muy bien, ahora concentrémonos por un momento en el primer párrafo”, indicó don Sereno, y clavó su mirada en la maraña de letras, imitado dócilmente por el editor, quien aún no salía de su desconcierto. Tres minutos después, el bibliotecario volvió a pestañear y con indisimulable satisfacción exclamó: “¡Qué historia más interesante! Cautiva, atrapa al lector desde la primera línea”. Antes de que el editor pudiese salir de su perplejidad, don Sereno tomó la primera página del libro y le dijo: “Escuche, voy a leerle el primer párrafo: Aquella tarde de octubre, la señorita Montenegro leyó en la borra del café la historia de su muerte; sin embargo, lejos de sentir miedo por la terrible premonición, se hizo servir varias tazas más para poder leer, con interés casi morboso, las otras páginas de su funesto futuro”.

La pose del bibliotecario, mirando fijamente al editor, con una sonrisa de supremo orgullo, implicaba una pregunta: ¿Está bueno, no? Recuperando el aplomo y el razonamiento, el editor jugó con el nudo de la corbata a tiempo de pararse para decir: “¿Bueno?, no sé; interesante, quizás, aunque no llego a comprender cómo es que usted pudo leer eso”. “No se apene –dijo don Sereno–, todo es cuestión de práctica; basta con enfocarse en las letras del párrafo y dejar fluir la creatividad. De manera natural, sin meditarlo mucho, las letras se combinan y generan el texto”. “Claro, explicado de ese modo, todo tiene sentido”, dijo el editor; antes de continuar con su comentario, dio un par de pasos alrededor de don Sereno, ubicándose frente a él. Si bien tuvo la intención de ser completamente honesto, luego de ver el orgullo irracional en los ojos del anciano, sintió compasión por lo que él consideró eran los desvaríos de una mente senil y, posando su mano en el hombro de don Sereno, sólo se atrevió a decir: “Mire, señor Salazar, su obra está dotada de unas características que en nuestra época no podrán ser apreciadas; yo ya llevo algunos años en este oficio y, por mi experiencia, le aseguro que no podrá encontrar a nadie que se anime a publicar su novela, no porque sea mala, sino porque sería imposible su comercialización, ya que no sería fácil hallar lectores capaces de asumir los retos que usted plantea. Tal vez si esperamos unos años, quién sabe…”. Don Sereno se puso serio y, asumiendo un aire de dignidad, no esperó que el editor terminara su comentario para decirle “Muchas gracias por su tiempo”, y salir de la oficina, tratando de mantener la cabeza erguida, con paso presuroso.

Aunque estaba bastante indignado por la falta de visión de ese editor, y de todos los demás a quienes había presentado su libro, llegó a tomar como ciertas –es decir, quiso hacerlo– sus palabras: “Como todas las obras maestras, mi libro sólo podrá ser apreciado por generaciones futuras”, pensó con convicción. Además, también lo consoló pensar que la motivación para escribir semejante obra no había sido el superfluo interés de complacer al público, sino más bien crear una novela que pudiera satisfacer su propia exigencia lectora. De ese modo, se recluyó en su casa para poder disfrutar de su creación, del único texto que podía captar su atención y asegurarle infinitas ficciones, tantas y tan variadas, como sólo su mente podía vislumbrar.

Cómodamente sentado en su sillón, empezó la lectura: “Poco antes de su nacimiento, extraños sucesos hicieron que su abuela creyera que su llegada al mundo estaba acompañada de excelentes augurios. Cosa distinta pensó el cura del pueblo, para quien la lluvia de flores, el llanto de la estatua y el suicidio del dictador sólo significaban mensajes del diablo”. Mucho tiempo le demandó completar esa historia, y cuando lo hizo, comenzó nuevamente desde la primera página: “Karen tardó diez minutos en atravesar la senda que separaba su hogar de la casa de los Domínguez; al llegar, dio tres toques a la puerta antes de que don Wenceslao la abriera y, sin vacilar, disparara la carga de su fusil contra ella, que cayó de bruces para morir en el umbral de su suegro”.

Así, al borde del centenario, no había parado de disfrutar de las posibilidades de ficción que su novela le proveía. Y probablemente habría seguido haciéndolo, de no ser porque una de ellas, horrorosamente autobiográfica, le hizo revivir noventa y ocho años de una soledad casi ermitaña que, como su libro, sólo podía tener fin con la muerte de quien estuviera imaginándola.

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Perroguesas urbandinas

Posted by estido en 24 noviembre 2007

Últimamente no pude dedicarle tiempo al blog, primero, por obligaciones laborales, luego, porque un virus atacó mi PC con violencia inusitada y, finalmente, porque mi mente estaba distraída en resolver una mini-crisis existencial. Aunque no la he resuelto del todo, me he propuesto distraer a los fantasmas ocupando mi tiempo en cosas más provechosas que pensar. Por eso, estoy de vuelta en la comunidad virtual y pronto estaré visitando y leyendo a todos los amigos. Un abrazo a todos.

PERROGUESAS URBANDINAS

No sé cuándo ni dónde apareció el término “perroguesas”, simplemente lo comencé a utilizar luego de escucharlo de boca de la ciudad. Y en esta ciudad hay harta perroguesa; pero eso sí, no se vaya a malinterpretar el término como una generalización –aunque sí lo sea- del noble y sacrificado rubro de los comideros ambulantes. Claro que “ambulantes” sólo vale para clasificarlos dentro de las estadísticas municipales, pues en realidad, los de este gremio son comideros estáticos, es decir, si bien tienen una especie de remolque-cocina, jamás son remolcados, pues todos tienen un lugar específico de la ciudad donde vender su particular gastronomía.

Volviendo al punto, “perroguesa”, como se puede intuir, implica la unión de dos palabras: “hamburguesa” y “perro”, por lo que el término alude a una hamburguesa hecha con carne de perro. Sin embargo, nadie podría aseverar que alguna vez, en estos puestos, ha consumido carne de perro, porque, obviamente, cuando uno pregunta al chef de turno si “¿la carne es de vaca?”, el tipo contesta invariablemente: “¡garantizada!”. Lógico, ¿no?, ni modo que diga, “sí, es de perro, pero de perro bien criado, en la zona sur, mimadito era, por eso es suave su carne”. No, imposible; siempre va a contestar que está vendiendo carne cien por ciento vacuna, beniana, de vaca joven e incluso virgen, porque cuenta la leyenda que las vacas, antes de debutar en las lides del sexo, tienen la carne más relajada del mundo, pero luego de compartir el lecho –o el establo- con un toro oriental, se ponen nerviosas porque saben que las vacas aún castas mugirán a sus espaldas: “esa ya no es señorita”.

En fin, ajenos a esos sufrimientos vacunos, los comideros de la Ínclita se encargan de preparar hamburguesas economizando hasta lo inimaginable los ingredientes. Para empezar, muelen la carne mezclándola con afrecho, de modo que pueda rendir un 100% más. Luego, vacían los aderezos –mayonesa, mostaza y ketchup- en recipientes grandes, donde les añaden una gran cantidad de agua, no tanta como para que pierdan su color original, ni tan poca como para que conserven su densidad. La llajwa es sometida a un proceso similar, pero eso sí, muelen los locotos con pepas incluidas para que el picante pueda engañar hasta los paladares más susceptibles. El aceite lo utilizan hasta que su negrura no les permite ver cuán cocidas están las papas y la carne, aunque algunos comideros expertos ya no se guían por la vista, sino por el oído, de tal forma que sólo cambian el aceite cuando a ellos mismos les hace doler la barriga.

A pesar de que todos conocemos el proceso descrito, la mayoría de los urbandinos generalmente sufrimos de agudos antojos de perroguesas, y quienes no tenemos la fortuna de vivir cerca de algún puestito tenemos que aguantar el antojo, aunque muchas veces eso ocasiones insomnio, arranques de furia o alucinaciones. Para evitar tales molestias, hace algún tiempo, cuando el antojo me atacó por sorpresa a media noche, decidí prepararme una perroguesa, respetando las prácticas culinarias de los comideros; sin embargo, en la cocina no pude encontrar aceite usado y guardado varios días. Previendo que la escasez de tan importante ingrediente no me sorprendiera de nuevo, solicité en casa que me guardaran en una botellita aceite usado. Así, a los pocos días, nuevamente atacado por unas irreprimibles ganas de degustar perroguesas, volví a prepararme una, esta vez con todos los ingredientes de ley, pero, para desilusión mía, no conseguí que tuviera el saborcito especial de las originales. Desesperado, al borde del llanto, pensé y repensé en qué había podido fallar, sin encontrar respuesta a mi suplicio. Ya estaba a punto de resignarme, cuando la musa del arte culinario me tocó con su cucharón, revelándome el ingrediente que faltaba. Así, iluminado, fui a lavar el baño, a desempolvar la casa, a acariciar a mi perro y, finalmente, durante media hora froté monedas y billetes, tratando de exprimirles todos los sudores de todas las manos por las que habían pasado y, sin lavarme las mías, fui a preparar la carne y a manosear el pan. Demás está decir que la perroguesa me salió perfecta, tanto, que me preparé dos más e incluso se me ocurrió que podría dedicarme al negocio de la comida ambulante.

Obviamente, todavía me falta mucho para poder tener mi puestito, ya que además del capital necesario, debo aprender a cocinar los otros manjares que los verdaderos perrogueseros ofrecen: salchiratas y choricán. Por el momento, sigo haciendo experimentos en la cocina, y a pesar de que no he tenido éxito, tengo la esperanza de que cualquier momento la musa volverá a darme un cucharonazo revelador.

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Ronaldo estrena disco

Posted by estido en 23 octubre 2007

Este post es para felicitar a Ronaldo por el disco y agradecerle haber confiado en mí para promoverlo aquí en La Paz.

Los interesados en adquirir esta producción nacional pueden hacerlo en el ETNO (calle Jaén # 722) o llamándome al 70149590.

No pude actualizar el blog antes porque estuve sin conexión a internet, pero ya que el problema está solucionado, volveré a las andanzas blogueras.

Un abrazo a todos y en especial al pariente de la «blonda cabellera», RONALDO.

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Una minificción antigua

Posted by estido en 12 octubre 2007

Este es uno de los primeros micro relatos que escribí:

El fin de la batalla

General Roberto Uría, usted está incumpliendo uno de los acuerdos de esta guerra: no tomar prisioneros. Se lo advierto, General Uría, si no libera a mis soldados atacaré con todas mis fuerzas. Su batallón está completamente rodeado, no tiene escapatoria, es mejor que se rinda. Le estoy dando una última oportunidad, devuelva a mis soldados sanos y salvos y tendré compasión de los suyos. Es inútil que guarde silencio, General Uría, pronto quedará sin alimentos ni agua y tendrá que salir; es mejor que atienda mis demandas ahora, de lo contrario perecerá junto con todos sus hombres. Ya basta de este juego, Uría, suelte a mis soldados, se lo exijo. No esperaré más, esta es mi última advertencia, Uría, o liberas a mis soldados o te atienes a las consecuencias. Por favor, Uría, yo no tengo ningún soldado tuyo. Ya pues, Uría, ya es tarde, entregame mis soldados. En serio, Roberto, devolveme mis soldaditos o nunca más voy a jugar contigo. Le voy a decir a tu mamá…

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Feliz cumpleaños, Democracia

Posted by estido en 10 octubre 2007

Presionar sobre la imagen para ver todas las fotos en mayor tamaño. Las fotografías son parte del libro «25 años de Democracia», coordinado por Patricio Crooker y editado por la CNE.

Muchos historiadores se han encargado de enlodar la imagen del Dr. Hernán Siles Suazo, aduciendo que su gobierno llevó al país al borde del colapso, generando una hiperinflación y una crisis de gobernabilidad insostenibles, entre otras cosas. Veinticinco años después, creo que podemos apreciar la historia desde una perspectiva menos apasionada y condicionada por las malas experiencias de la coyuntura de principios de los ochentas.

Luego de un largo periodo de dictaduras militares, con esporádicos y muy breves gobiernos civiles, la transición hacia la democracia representaba un difícil reto para la sociedad en su conjunto y, especialmente, para quienes fueran a hacerse cargo de conducir el país en esa nueva etapa.

Las clases populares demandaban cambios urgentes y, luego de haber resistido y luchado durante mucho tiempo, no estaban dispuestas a aceptar medidas que afectaran sus intereses y aspiraciones. En ese contexto, conocido muy bien por los actores políticos de entonces, era presumible que el primer gobernante de la era democrática enfrentaría serios obstáculos y problemas; para intentar resolverlos no podría aplicar ningún tipo de medida que tuviese la mínima relación con las empleadas por los gobiernos dictatoriales. Entonces, se apostó por alguien que tuviera una destacada trayectoria como líder y, al mismo tiempo, la aceptación de los sectores populares, con la esperanza de que eso pudiera facilitar los diálogos y concertaciones para sacar a Bolivia adelante.

El Dr. Siles, conociendo la situación y sus riesgos, bien pudo haberse negado a asumir la presidencia, pero también sabía que intentar realizar un nuevo proceso electoral habría generado un espacio de incertidumbre y temores, lo cual podía ser empleado por algunos militares para pretender hacerse nuevamente con el poder. En síntesis, Bolivia lo necesitaba, la democracia dependía de su desprendimiento y valentía, y él, una vez más, decidió servir a su patria.

El 10 de octubre de 1982, por última vez un militar, el Gral. Guido Vildoso, salió del Palacio de Gobierno como Presidente de la República, caminando algunos pasos hasta el Palacio Legislativo, donde transmitió el mando al Dr. Siles Suazo.

Lo que pasó después lo conocemos de sobra; pero esos tres años de democracia, con todos sus problemas, eran necesarios para que Bolivia entera pudiese aceptar medidas de choque que estabilizaran la economía y nos hicieran ver que el mundo había cambiado.

Nuestra democracia tiene muchas falencias, sobre todo porque nosotros, en especial los líderes políticos y sociales, no sabemos ejercerla de manera adecuada. Sin embargo, quienes han sufrido en carne propia el horror de los regímenes dictatoriales, quienes tienen parientes o amigos desaparecidos o, simplemente, quienes aprecian el valor de la libertad, saben muy bien que la peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras.

Muchos bolivianos y bolivianas, como Hernán Siles Suazo, lucharon por legarnos un país donde podamos expresarnos libremente, sin tener que “caminar con el testamento bajo el brazo” por opinar en contra del orden establecido. A todos ellos, mi reconocimiento, homenaje y gratitud por estos 25 años de democracia.

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Para salvar la Constituyente

Posted by estido en 7 octubre 2007

Muchas personas ya se han pronunciado: “la Constituyente está muriendo”. Y parece ser que los culpables del estado agónico de tan magno evento somos los paceños y también los chuquisaqueños, pues nos estamos peleando por la cuestión de los poderes, de manera egoísta, sin considerar que nuestras pataletas están afectando el interés del país en su conjunto.

En vista de tan grave situación, Oscar Martínez –en representación de la ACMVFBA (Asociación de Cholos de Miraflores, Villa Fátima y Barrios Adyacentes)–, Gera Bolaños –en representación de la ACSZC (Asociación de Cholos Sopocacheños y de la Zona Central)–, Alexis Argüello –en representación de la ACAMO (Asociación de Cholos Alteños y Mártires de Octubre)– y mi persona –en representación de la ACSNJ (Asociación de Cholos Sureños No Jailones)–, junto con representantes de base de nuestras respectivas instituciones, nos hemos reunido para discutir ampliamente sobre tan delicado tema y, finalmente, hemos resuelto lo siguiente:

Considerando,

1. que el País demanda una solución urgente para el entuerto planteado por las aspiraciones chuquisaqueñas y paceñas;
2. que el problema radica en el traslado de Poderes,
3. que los hermanos chuquisaqueños han demostrado gran espíritu conciliador, aceptando un traslado parcial de Poderes;

Resolvemos:

1. Trasladar la mitad del Gran Poder a la digna ciudad de Sucre.
2. Enviar a los principales coreógrafos de los Intocables y los Fanáticos para que capaciten a danzarines sucrenses en la noble danza de la Morenada.
3. Mandar a 25 músicos de la Banda Illimani a la ciudad de Sucre, para que ofrezcan una serenata y una serie de talleres a los trompetistas, platilleros, tamboreros y bomberos interesados en cultivar las melodías propias del Gran Poder.

Esta resolución ha sido producto de un largo debate entre los cholos antes mencionados, entre los cuales, como no podía ser de otra manera, habían algunos bolivaristas atrevidos, quienes tuvieron el poco tino de sugerir el traslado del Poderoso Tigre, propuesta que casi ocasiona la clausura de la reunión y una pelea callejera campal. Sin embargo, dado que todos acudimos con un enorme ánimo conciliador y pacifista, pudimos continuar con la discusión hasta llegar, por consenso, a la resolución ya citada.

Además, el compañero Vadik Barrón, a nombre de los blogueros urbandinos, ha sugerido que de no ser tomada en cuenta nuestra propuesta, se instruya el blogueo general de caminos, como medida de presión.

Es todo cuanto puedo informar –o mejor dicho, recordar– de lo discutido y acordado en la Cumbre de Cholos Urbandinos.

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Rumbo al Chaco

Posted by estido en 2 octubre 2007

Una pequeña loma debía ser sorteada por el cortejo fúnebre para llegar al cementerio de la población. En sus puertas de hierro, Benito esperaba con su uniforme limpio, exhibiendo en el pecho un par de medallas adornadas con la tricolor nacional. Antes de poder ver algo, escuchó la lenta cadencia de un bolero de caballería. Poco a poco, el sonido se hizo más nítido y, antes sus ojos, aparecieron pequeñas cabezas coronando la polvorienta loma. Como si brotaran de la tierra, las cabezas se fueron prolongando en cuerpos, todos negros, marchando al compás de la banda. Benito se cuadró ni bien vio surgir en la loma el rojo, amarillo y verde de la enseña patria. Un pequeño muchacho, luciendo un guardapolvo amarillento, envuelto con una tricolor de abanderado, portaba el mástil en el que flameaba el colorido rectángulo que contrastaba notoriamente con el horizonte gris, mientras volaba sobre los negros dolientes.

El cortejo traspasó la loma con pasos desiguales, contrapunto de pisadas compitiendo con el desgastado cuero torturado por el grueso brazo del que marcaba el ritmo en la banda. La columna humana se hizo más visible para Benito. No eran más de setenta personas. Lentamente avanzaron hacia él, o mejor dicho, hacia el cementerio, hasta que alcanzaron sus pesadas puertas. Un par de jóvenes tuvieron que emplear mucha energía para abrirlas y así permitir el paso de la procesión. Traspusieron las puertas, pasando al lado de Benito, apretando la columna para poder penetrar al campo santo. Benito pudo escuchar los suaves sollozos, casi fingidos, gemidos melancólicos más cercanos a la memoria que al dolor, que emitían las mujeres detrás de los velos oscuros. Sobre cuatro hombros, pasó el ataúd, meciéndose al compás del bolero de caballería, como flotando en un pentagrama fúnebre, negra corchea que marcaba el final de una melodía de ochenta años.

Al final del cortejo, estaba todo un batallón, perfecta escuadra que marcaba el izquier-dos-tres-cuatro siguiendo el lento andar del comandante. Éste se detuvo y retumbó en la altiplanicie el zapateo del batallón en posición de firmes. Benito se llevó la mano derecha a la sien, gesto que fue retribuido de manera igual por el comandante, e inmediatamente se pusieron lado a lado para ingresar al cementerio. El batallón permaneció afuera.

La banda no cesaba el lloriqueo de bronces, mientras cuatro hombres, ayudados por un par de cuerdas, hacían descender el féretro en la tierra horadada. Los sollozos de las mujeres se convirtieron en agónicos gritos cuando la tierra comenzó a ocupar el sitio del cual había sido sacada. Una corneta acompañó el sepelio con la melodía típica del adiós final. El Jilakata pronunció un largo discurso, alabando las virtudes del difunto, pero también recordando sus deslices, terminando con la promesa, en nombre de la comunidad, de cooperar a la viuda con la próxima cosecha.

Benito se acercó a su esposa, puso sus callosas manos sobre los hombros de la anciana, y así se quedó, sintiendo las ligeras convulsiones de ese cuerpo frágil, ataviado de negro, que había recibido su semilla nueve veces, de las cuales sólo seis llegaron a germinar. El comandante le dio un par de toquecitos en la espalda, señal de la partida, y Benito hizo un movimiento que pareció delatar el intento de un beso, pero su pudor militar, además de la falta de costumbre, detuvieron ese gesto de cariño ni siquiera pensado en vida.

Siguió a su comandante y, antes de transponer el umbral, volvió a mirar a su esposa, le hizo el saludo militar y partió al encuentro del batallón que esperaba con paciencia milenaria en los márgenes del camposanto.

-Cabo Chambi, es hora de que se incorpore al batallón séptimo de infantería –dijo el comandante, con autoridad marcial.
-Su orden, mi comandante –respondió Benito, con igual firmeza.
-El cabo Colque y usted me ayudarán a conducir este batallón.
-Perdón, mi comandante, ¿adónde vamos a ir?
-Eso es algo que no se sabe ni en vida, pero por el momento, partiremos rumbo al Chaco.

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Recordando a Monterroso

Posted by estido en 28 septiembre 2007

El beso de rana

Copán estaba llena de gente y no era para menos, pues por la inminencia de un fenómeno astronómico, a las usuales ofrendas de posol –bebida de maíz fermentado– y los tradicionales cánticos que atraían a los chacs –espíritus que favorecían y protegían los maizales–, iba a ser añadido un rito especial: el sacrificio de un ser humano.

Ahbayal y Kaxenoc habían recibido, pocos días antes, la orden de los jefes mayas para salir a buscar la persona cuya sangre serviría de ofrenda a los chacs. Estos espíritus necesitarían de ella para nutrirse y fortalecerse, porque ellos tendrían que dar la energía que el sol habría de negar a los cultivos, ya que no faltaba mucho, de acuerdo a los cálculos de los sacerdotes, para que el astro rey dejase de dar luz. Y aunque el fenómeno duraría poco, el maíz, base de su economía, no podía ser descuidado.

Ahbayal y Kaxenoc se sintieron honrados y afortunados por la nominación de la cual habían sido objeto, ya que sabían que les redituaría generosos obsequios y una parte de la cosecha mayor a la que habitualmente recibían, además del prestigio de contar con un lugar de honor en la ceremonia de sacrificio.

Ambos guerreros emprendieron camino hacia el norte y luego de siete horas de marcha, divisaron a un cazador tolteca. Debidamente escondidos, planearon la forma de capturarlo vivo, momento en el cual, Kaxenoc le contó a su compañero un secreto que había estado guardando con celo por dos años. Casualmente Kaxenoc había descubierto que la saliva de ciertos batracios producía el adormecimiento de la parte del cuerpo en la que fuera vertida, y que por medio de dardos ésta podía ser introducida en el cuerpo de un animal, quedando éste inconsciente por unas horas. Procedieron entonces a untar pequeños dardos con la saliva del batracio que Kaxenoc había llevado consigo y disponiéndose a manera de emboscada, soplaron las cerbatanas al mismo tiempo, llegando a impactar en el tolteca el dardo que los pulmones de Ahbayal habían impulsado. El retorno les demoró tres hora más por el peso extra que debieron cargar, pero bien valió el esfuerzo, porque fueron recibidos como héroes por los pobladores.

Tres días después, en la atiborrada Copán, el tolteca –que había seguido recibiendo pequeñas dosis del casi inofensivo veneno, posteriormente nombrado “beso de rana”– era amarrado en el altar de sacrificio. Habrían de pasar un par de horas más para que el tolteca recobrara el juicio, hallándose inmovilizado por las ataduras y denotando su rostro la gran confusión en la que se encontraba sumida su mente, expresión que fue cambiando a espanto cuando se dio cuenta del porqué de su apresamiento. Aterrorizado, gritaba en nahua, su lengua originaria, frases incomprensibles para los mayas, pero que muy probablemente eran suplicas de clemencia.

Haciendo oídos sordos a los balbuceos del tolteca, todo estaba dispuesto: los sacerdotes recitaban aletargadamente oraciones reservadas sólo a ellos; los jefes, de pie y con vestimenta de fiesta, hacían guardia alrededor del cuchillo que habría de servir para perforar el pecho del que oficiaría de ofrenda. Por su parte, Ahbayal y Kaxenoc, habían sido acomodados a la derecha del altar y lucían los nuevos atuendos con que el sacerdote mayor los había obsequiado por su magnífica y rápida faena.

Kaxenoc, especialmente, tenía motivos para sentirse orgulloso, pues su descubrimiento había posibilitado una captura sin derramamiento de sangre, la cual, obviamente, no podía ser desperdiciada. Pero en su humilde mente no cruzaba la idea de que su método de captura dejaría de ser secreto y se convertiría en la norma cuando de capturar ofrendas se tratara. Y ni siquiera se salvarían de la saliva anestésica los españoles, que llegarían a la posteriormente nombrada América, con mayor desarrollo científico, pero neófitos en las innumerables artimañas selváticas. Tal sería el caso de fray Bartolomé Arrazola, quien respondiendo a la confianza que Carlos V tenía en su labor evangelizadora, emprendería viaje a los territorios mayas, con tan mala fortuna que un buen día, hallándose perdido en la selva, sería alcanzado por un dardo, anónima herencia de Kaxenoc, y, al igual que el tolteca que estaba a punto de ser sacrificado, recibiría un certero tajo en el pecho, dejando que su sangre sirva de nutriente a los chacs, que una vez más, debido a un eclipse, deberían fortalecerse para proteger los cultivos.

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Picardía urbandina

Posted by estido en 21 septiembre 2007

La semana pasada, un urbandino dedos de seda se apropió de mi billetera. No tenía plata y la billetera era ordinaria, por lo que el carterista ha debido quedar bastante frustrado. Al principio, me causó gracia imaginar al ladronzuelo revisando la billetera una y otra vez hasta convencerse de que en ella sólo había un carnet; sin embargo, recién entonces me di cuenta de que me había quedado indocumentado y que, si bien no perdí dinero, tendría que emprender el moroso trámite de renovar mi cédula de identidad.

Hoy me llamó mi prima para pedirme que mañana le hiciera el favor de llevar a su hijo al pediatra, y como la idea no me pareció atractiva, le dije que no podría hacerlo porque iba a tener una reunión de trabajo. Feliz por haberme zafado de ese favorcito, me armé de valor y me dirigí, bastante temprano, a las dependencias de Identificación para realizar el trámite con que se obtiene esa cartulinita plastificada que certifica que existo. Debo admitir que me sorprendí bastante, pues ahora el proceso es más ágil debido a que la Policía Nacional, por fin, decidió modernizarse y jubilar las bulliciosas máquinas de escribir, reemplazándolas por modernas computadoras equipadas con cámaras digitales.

Al darme cuenta que, a pesar de las largas filas, el trámite se estaba realizando con celeridad, calculé que en media hora podría irme a comer tucumanas. Todo marchaba sobre ruedas hasta que me tocó cancelar los 17 pesos que cuesta la cédula; sólo había un cajero, cosa que no habría sido mayor problema, de no mediar una nueva y noble norma: las mujeres con bebés en brazos o aguayos deben ser atendidas con extrema preferencia, de tal modo que cuando el cajero o el oficial que lo custodia notan que alguna dama carga a su retoño, inmediatamente le hacen avanzar hasta el primer puesto de la fila.

Mientras hacía cola, una joven señora, cargando un regordete bebé en brazos, se formó detrás de mí. El niñito resultó ser un coqueto urbandino, pues apenas le dirigí la mirada, esbozó una pícara sonrisa y movió sus manecitas. Obviamente, se ganó mi simpatía de inmediato y comenzamos a comunicarnos mediante gestos faciales. Al poco rato, cuando nuestro diálogo ya era fluido, el oficial de la caja llamó a su madre para que avanzara hasta la ventanilla; no me quedó más que despedirme del pequeñín, apretándole con suavidad el cachete en el que ostentaba un lunar de regular tamaño.

No creo que hayan pasado más de tres minutos, cuando me pareció ver a mi amiguito lunarejo pasando por mi lado, rumbo a la ventanilla, cargado por una señora que fácilmente podría haber sido su bisabuela. “Todas las wawas son iguales”, pensé, desechando mi susceptibilidad. Y me obligué a pensar lo mismo once veces más, pues sólo así podía controlar la rabia que, después de veinticinco minutos de hacer fila, iba creciendo contra la “noble” medida que favorecía a las señoras con neonatos cargados.

Mi paciencia se vio rebasada cuando, al escuchar una risita familiar, me di la vuelta y miré al señor que estaba después de mí sosteniendo al crío del que, media hora antes, yo me había despedido con un cariñoso pellizco. Todos mis esfuerzos por contenerme se fueron al diablo cuando el oficial gritó: “El señor con la wawita, que pase adelante”. “Este no es su hijo”, grité con indignación. “Yaaaaa, qué te pasa, che, estás ofendiendo la honra de mi mujer”, me respondió el muy cínico, y antes de que yo pudiera contra argumentar, el oficial se acercó para decirme, con tono intimidador: “Joven, mejor tranquilícese, si no, voy a sacarlo de la fila”. Colorado de rabia, tuve que quedarme callado mientras el crío pasaba por mi lado sonriendo burlonamente, y apenas pude evitar la tentación de reventarle su horrible y descomunal lunar con un pellizcón de madrastra.

Luego de contar hasta cien para calmarme, me puse a observar bien cuál era la movida. Entonces, después de observar cuidadosamente durante veinte minutos, calculé que en ese recinto sólo había tres bebés, los cuales eran utilizados por distintas personas para poder acceder al beneficio de la nueva norma. Lógicamente, el oficial y el cajero estaban en combinación con las tres madres que cedían a sus infantes por un módico precio, lo cual implicaba que ningún reclamo sería escuchado.

Comprenderán que después de estar una hora en esa fila, ya veía a todo con cara de tucumana, razón por la cual decidí no perder más tiempo y me conseguí un “hijo”. Como ya éramos amigos, entablé el negocio con la madre del lunarejo: “¿Cuánto está la wawa?”. “Diez pesitos, joven; doce con aguayo”. Así, con el crío en brazos, el oficial me hizo saltar la fila y pude, finalmente, cancelar los 17 pesos.

Cuando devolví al bebé, el muy marica estaba chillando como sirena de ambulancia. “¿Qué ha pasado, qué le ha hecho a mi wawa?, me preguntó su madre. “Nada, doñita, se ha asustado porque aquel caballero le ha hecho gestos”, respondí y me alejé rápidamente, antes de que ella se diera cuenta de la hinchazón en el cachete de su hijo.

Mañana, a las 08:30 iré a recoger mi nuevo carnet de identidad. Por eso, llamé a mi prima y le dije que había cancelado mi reunión para poder llevar a mi sobrinito al pediatra. La cita con el médico es a las 11:30, por lo que calculo que, durante tres horas, podré ganar unos 200 pesos para las chelas de la noche.

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Bizcocho quemado

Posted by estido en 16 septiembre 2007

Me temo, licenciado Villagrán, que hoy no quiero abrir las piernas. No me miré así, que esa carita de cachorro abandonado no me hará cambiar de opinión; tampoco así, eh, que entre nosotros ya no cabe la pose de jefe mandón. ¿Explicación? ¿Acaso es necesario explicar que hoy no tengo ganas de fingir un orgasmo? Sí, fingir, escuchó bien, dije fingir; y no se haga el sorprendido, ¿o alguna vez pensó que su cuerpo grasiento y su aliento apestoso me excitaban siquiera un poquito? ¡Ja!, ¿eso es todo lo que puede hacer: pegarme? ¿Y ahora qué, me violará? Eso está mejor, licenciado, mucho mejor, es más digno de su jerarquía: despedirme. Sin embargo, me temo que hoy no tengo ganas de quedar desempleada, es más, todo lo contrario, tengo ganas de un asenso y un aumento, ¿que le parece? ¿Loca, yo? No, licenciado, no estoy loca, simplemente estoy embarazada. Y para que vea que no soy mala persona, a cambio de no contar a nadie que es usted el padre del bizcochito que llevo en el horno, sólo le pido un puesto menos degradante y un salario más acorde con mi nuevo estado, porque además, no pienso pedirle pensiones, sino que voy a valerme por mis propios medios para mantener y criar a nuestro… perdón, a mi hijo. ¿De qué se ríe, licenciado? ¿Le parece gracioso embarazar a su secretaria? Ojalá que su esposa también encuentre esta situación graciosa. ¿Nadie me va a creer? No sea iluso, licenciado, y no se arriesgue a un escándalo público; mire que vine con las mejores intenciones de no perjudicarlo, no haga que me arrepienta. ¿Por qué llama a seguridad? ¿Es que no me escuchó? ¿No ha entendido que estoy esperando un hijo suyo? Su-yo, suyo, licenciado. ¡Suéltenme! Dígales que me suelten, licenciado, me están lastimando. ¡Todo el mundo se enterará de esto, licenciado, se lo juro! ¿Qué cosa? ¿Usted hizo qué…? ¿Vasectomía? ¡Suéltenme!

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Encuentro Primaveral

Posted by estido en 14 septiembre 2007

El viernes 21 de septiembre recibiremos la primavera entre blogueros, comentaristas y lectores, compartiendo una parrillada, muchos tragos y mucha charla.

La reunión será a las 20:00, en Achumani, Av. Aviador # 4 (de la calle 9, Plaza Escalante, subiendo dos cuadras).

El aporte es Bs. 25, para entregarlo y confirmar asistencia (máximo hasta el viernes a medio día), por favor contactarse con los teléfonos:

70675974 – Junior
70149590 – Willy
70665343 – Ceci
72584068 – Oscar
76255778 – Clarita

¡NO FALTEN!

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Rosadito punto com

Posted by estido en 11 septiembre 2007

¿Me amas?, le preguntó como de costumbre. “Más que a mi vida”, contestó él, siguiendo la rutina del romance. Así continuaron, durante media hora, con el ping-pong rosa cotidiano, necesario, según ella, para confirmar el sentimiento que los unía; útil, según él, para llenar los vacíos de sus charlas: “¿Cuánto me quieres? De aquí hasta la luna. ¿Me amarás toda la vida? Y toda la muerte, también. ¿Alguna vez amaste así? El amor lo conocí contigo. ¿Etc.? Etc.”. Luego, se despidieron melosamente, prometiendo volver a encontrarse al día siguiente, a la hora acostumbrada y en la misma sala de chat. Recién entonces, Nanda salió del café internet y corrió a su casa, pues su padre tenía que recogerla para llevarla a cenar y festejar su treceavo cumpleaños, mientras Fernando apagaba la computadora y salía con prisa de la oficina, pues era el cumpleaños de su hija y había prometido llevarla a cenar.

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Urbandinos: este viernes nos reunimos

Posted by estido en 7 septiembre 2007

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Bloguivianos: muchas gracias

Posted by estido en 4 septiembre 2007

Según la sabiduría popular, en Santa Cruz la hospitalidad es ley. Pues bien, nadie infringió esa ley durante el Bloguivianos 2007. Nos trataron tan bien que casi enviamos nuestras renuncias por fax, para quedarnos a vivir en la ciudad de los anillos. Sólo por citar un ejemplo de la magnífica hospitalidad cruceña, les cuento que muy pocos de los que llegaron del interior se alojaron en hoteles, pues la mayoría fuimos alojados por amigos blogueros. Particularmente, a mí me toca agradecer a Ronaldo, un anfitrión de lujo.

El encuentro de blogueros fue un éxito, no sólo por la brillante organización y el esfuerzo de Sebastián Molina y toda la gente de Mundo al Revés, sino también por el espíritu de sana confraternidad de todos los concurrentes. No voy a citar nombres porque conocí a muchísima gente linda y no quisiera cometer el error de olvidarme de alguien.

El próximo año nos toca a los urbandinos organizar el Bloguivianos 2008. La tarea será difícil, ya que lo realizado por cruceños y cruceñas bordeó la nota perfecta. Sin embargo, nos comprometemos a esforzarnos para alcanzar un nivel y hospitalidad similares.

Bloguivianos, muchas gracias por esta hermosa experiencia.

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